lunes, 5 de diciembre de 2011

El valor de las cosas


Madrid, miércoles 3 de Diciembre, uno de esos días que amanecen húmedos. En los que llevas paraguas pero te sientes calado hasta los huesos, las hojas otoñales empapadas en el suelo. Tiempo aciago y deprimente, frío que corta al imprudente. “Así empezaba un día de mierda, el tiempo ha acompañado perfectamente...” eso pensaba Alfonso cuando, a las 17 de la tarde, y bajo un sol brillante que se había abierto paso entre las nubes, volvía a casa, cabizbajo, antes de tiempo.

Lo más duro fue llamar a la esposa, ella rompió a llorar en cuanto se lo dijo. Ella estaba en casa, preparada para volver al trabajo la semana que viene al terminar su excedencia en la Universidad Complutense. Profesora de Filología Hispánica, o como se llame ahora, desde hace más de veinte años. No puede parar de imaginarla, llorando desconsolada en el sillón del salón, junto al teléfono, sin fuerzas para moverse. Todavía atractiva a sus 48 años, el pelo largo, negro y ondulado hasta la cintura, los ojos marrones grandes. Su rostro lo encandiló desde que la vio por primera vez, hace ya tantos años. Ha envejecido bien, sigue teniendo un cuerpo bonito, curvas de mujer, de las que pocas quedan. Siempre ha sido feliz a su lado, despertarse junto a ella es una bendición.

Agita la cabeza, como para centrar sus pensamientos, cuando emboca la calle O’Donell, dejando atrás el Retiro. Sus pensamientos vuelve a ser negros, “¿Qué voy a hacer ahora?, con 50 años cumplidos y sin trabajo”. Sabe que es la realidad de muchos compatriotas en estos tiempos, pero rezaba para que no le tocara la china, no ha habido suerte. Su empresa, una mediana gestoría con unos 70 empleados, no había realizado despidos hasta ahora. “Y he sido el primero, 15 años en la empresa, el séptimo más antiguo, y el primero puesto de patitas en la calle”.

Alza la vista al cielo, no buscando respuestas, nunca ha sido creyente, no al menos de la forma en que lo definen las religiones. Tiene sus propias ideas, consideraría cruel tener la capacidad del análisis y conciencia del ser humano, y que todo acabara sin más. Alza la cabeza buscando lluvia, la agradecería con toda su alma, no abriría el paraguas, se dejaría mojar, limpiar, de algún modo. Pero no tiene suerte, el sol brilla desde el medio día en el cielo y el agua de la lluvia matutina se ha secado ya. Ni siquiera en la tierra del Retiro quedaban ya rastros del agua.

Encarado Doctor Esquerdo, y llegado a la altura del centro de especialidades, baja por las escaleras que están al lado. “Casi estoy en casa ya”, pero el pensamiento no le produce más que ansiedad. Le atormenta el encuentro con Rocío, ¿cómo lo habrá encarado?. Saca el teléfono del bolsillo, nada. Ralentiza un poco su paso, inconscientemente, según se acerca a su calle. Las manos en los bolsillos de la gabardina marrón, al estilo de los detectives de otro siglo. Vuelven a su cabeza las ilusiones que tenían, él y su mujer, cuando se casaron. La vida no les ha ido mal, pero este revés es duro. Sabe que tiene complicado encontrar otro trabajo, no tienen edad para aprender idiomas e intentar algo fuera...Menos mal que su hija ha aprendido idiomas y es buena estudiante, casi termina ya la carrera de ingeniero de telecomunicaciones. Ojalá tenga suerte, aunque tenga que ir al extranjero si las cosas no cambian en este perro país.

No puede evitar una sonrisa al imaginar a su hija y su mujer, se parecen mucho, ha sacado su pelo y sus ojos; aunque la cara es herencia paterna. Chica lista y voluntariosa, siempre dispuesta a ayudar, y con la cabeza en su sitio. Recuerda los buenos momentos, y también los malos, la rebeldía de su adolescencia fue terrible. Le preocupa que va a pensaría de su padre al verlo así, decaído y derrotado. No es tan idiota como para pensar que le sigue viendo como un héroe, como cuando era pequeña. Pero, siempre ha deseado ser alguien de quien ella pueda sentirse orgullosa, alguien en quien confíe para todo. Supone que habrá llegado a casa ya, su madre le habrá dado la noticia.

Se detiene frente a su portal, saca las llaves y se dirige a su puerta. Un bajo interior amplio y luminoso. Cuando introduce la llave en la puerta blindada escucha la voz ronca de Alucard, el husky siberiano que tienen desde hace 2 años. Cuando entra en la casa, el perro se sube sobre las patas traseras para saludarlo. “¿Hola?” dice mientras acaricia al cánido, “Parece que estamos solos, a ti no te importa que me haya quedado sin trabajo ¿eh?” no puede evitar animarse un poco mientras habla y acaricia al animal. No sabe porque, pero los animales siempre le han transmitido calma. Se le vuelve a entristecer el rostro mientras avanza, Alucard a su lado. Encuentra un post-it en el salón, de su mujer. Por un instante su cabeza piensa en lo peor, “se ha ido”, pero lo deshecha rápidamente, 27 años no se borran por esto, son felices.

“Viejo idiota” se insulta el mismo, ante la mirada de duda del perro, por pensar mal de su mujer. El mensaje decía que ella y la niña, a pesar de tener ya 22 años la siguen llamando así, han salido a hacer unas compras, que saque al perro. La nota termina con un “Te quiero” que transforma la expresión perdida de Alfonso en la imagen viva de la ternura. Se dirige al pasillo para coger la correa de Alucard, quien, al ver la correa ladra una vez, como aprobando salir.

Se dirigen hacia la Fuente del Berro, un parquecito cerca de su casa. Alfonso se ve obligado a admitir que sacar de paseo a Alucard siempre le ayuda a relajarse y pensar con claridad. Alucard...el nombre fue cosa de su hija, Estrella, y esos condenados comics chinos, japoneses o de donde narices vengan. De todos modos está contento con el nombre. Drácula al revés, le viene apropiado la husky. Un perro grande, negro y blanco, con los ojos dispares, negro y azul, dientes afilados; y pensar que en un principio el no quería un perro...al menos no uno tan grande. Ahora no podría separarse de él, “Jodido bicho, como te haces querer” piensa con una media sonrisa.

Mira el reloj, no se ha dado cuenta de como volaba el tiempo mientras paseaba a Alucard. “¡¡Alucard!!”, silba para que acuda a su lado, lo que hace con presteza el animal y toman el camino de vuelta. Se ha relajado, ya no está tan histérico como antes, pero sigue muy preocupado por lo que pasará de ahora en adelante. En eso está pensando cuando encuentra en el portal a su mujer, que avanza hacia ellos. Una sonrisa sincera le asoma en los labios, más no en los ojos, no es capaz. Alucard se acerca a su dueña, a ella nunca se le sube encima, y la saluda. Ella le acaricia brevemente la cabeza y echa los brazos en torno al cuello de su marido. El beso es calmante, lleno de amor, de comprensión, de su vida en común.

“Ni una palabra”, dice ella, “ni se te ocurra, podemos vivir con mi sueldo en el caso de que no encontraras otro trabajo, pero nada de fatalismos ni rendiciones, siempre hemos tirado para delante y esto no va a ser una excepción”. Un nuevo beso, Alfonso no puede más que ampliar su sonrisa de ojos tristes, asentir y cogerla por la cintura mientras se dirigen a casa. Finalmente, mientras atraviesan el portal, pregunta “¿Que te ha dicho la niña?”. “¿Estrella? ¿Eres tonto?¿Qué va a decir? Que está ahí para lo que haga falta, que puede trabajar. Para, para, ya la he dicho que no, que termine los estudios.” responde ella. “De acuerdo, vamos dentro, me vendrá bien estar con la familia un tiempo.”, “Si, vamos con la familia” responde ella, aunque Alfonso ha detectado un tono extraño cuando ella pronuncia la palabra familia; no tiene tiempo de preguntar, están entrando en el salón.

La sorpresa se dibuja en su rostro, están casi todos, se han reunido todos sus amigos. Bueno, más bien habría que decir que Rocío los ha juntado, esto lleva su firma. Cambia la mirada de un lado a otro, de su mujer a sus amigos y su hija, finalmente pregunta “¿Qué...Qué hacéis aquí?”. Es Ricardo el que responde, “¿Qué vamos a hacer? Estar contigo en esta mierda, poner a parir a esos hijos de puta que te han despedido, beber unas cervezas y hacerte notar que estamos aquí para lo que necesites.”

Por primera vez, en lo que va de día desde que supo la noticia, Alfonso sonríe sinceramente con la boca...y los ojos.

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